UNA HISTORIA INCREÍBLE
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ov 04. Ayer fui a Tixtla a visitar a Herminio Valle un viejo amigo de quien
me dijeron que estaba muy enfermo, y no, no estaba grave. Al término de la
visita, al ir a recoger mi coche entablé una plática con Gumaro Hernández, un
hombre del que no puedo dudar de su veracidad.
Hela aquí:
Comenzamos a
hablar de enfermedades o dolores que no correspondían con los análisis
clínicos. En el caso que discutíamos los análisis decían que todo estaba
normal, pero el dolor persistía. Coincidimos en que entonces había que dudar de
la medicina “positiva”. Gumaro, para mi sorpresa, se animó, se puso expansivo y
principió a narrarme algo increíble, truculento.
Me dijo que su
esposa Flor, padecía de unos dolores tan intensos en las rodillas que le
impedían caminar, que le hicieron estudios y reconocimientos médicos que
concluyeron en que no tenía nada, pero la paciente no podía caminar y los
dolores persistían. Le comentó el resultado a “Don Norberto” (mi papá, a quien
tenía y tiene un respeto cercano a la idolatría) y que él le recomendó ver a
alguien diferente (ahí empezó para mi lo increíble). Le dije entonces,
sabiendo que mi papá era totalmente ajeno a esas prácticas y creencias, que si
le había recomendado ver a algún yerbero o hacedor de limpias (lo cual ya era
excesivo, pero todavía entraba en lo posible). Me contestó que no. Extrañado le
pregunté ¿con alguien más “picudo”? y él: "Sí con un brujo de esos “duros”
que se convierten en zopilotes o cuervos" Yo estaba estupefacto, no podía
creer que mi papá recomendara eso, pero por otro lado me era imposible pensar
que Gumaro me estuviera mintiendo o que estuviera inventando.
Y Gumaro
prosiguió:
“Siguiendo el
consejo de Don Norberto y aprovechando que tenía una amiga que conocía a un
brujo de Chilapa, le pedí que me consiguiera una
entrevista con él. Así que nos fuimos a Chilapa mi
esposa, la amiga y yo. El brujo examinó a Flor y después del reconocimiento me
dijo: este es un “trabajo” que le están haciendo a usted personas que le tienen
envidia, pero como usted no cree, el mal recae en ella, en su esposa. Mire,
continuó, ¿ve usted esta bola o tumor que tiene su esposa en el cuello?; me
fijé y noté una protuberancia grande que no había visto antes. Bueno, siguió
diciéndome, esto es una tarántula que le han sembrado allí, y en sus rodillas
le han puesto unos muñecos con clavos que la atormentan, la atenazan y le
impiden caminar. ¿Quiere que la cure? Sí, le dije, pero no traigo dinero, pero
si usted me tiene confianza, mañana yo le pagaré sus honorarios puntualmente.
Como salió de fiadora mi amiga, el curandero aceptó y dio inicio al
tratamiento.
-Le voy a dar
una toma que la hará vomitar, dijo, y en el vómito saldrá la tarántula. Me dio
una concha para recoger el vómito. Esté usted muy atento para atrapar a la
tarántula cuando la arroje.-
Yo incrédulo y
todo seguía sus instrucciones.
-Mire, me dijo,
no tengo nada en las manos- (nada por aquí, nada por allá, pensé para mis
adentros).
Cuando estuve
preparado, el brujo le dio el bebedizo. Casi inmediatamente Flor vomitó y el
producto lo recibí en la concha la cual tapé con un trapo para que “la
tarántula” no escapara. Sentí que lo que atrapé era algo pesado. La curiosidad
me hizo levantar el lienzo y entonces el animal, que era grande, cayó al suelo
y el brujo que estaba muy atento lo cubrió con un paño “especial para que no
escapara”. La tarántula pugnaba por salir y con su esfuerzo levantaba el lienzo
del piso. “Como un helicóptero”, comenté yo en voz alta
en el colmo del asombro y la incredulidad.
Pero para
asombro de Gumaro la bola había desaparecido, la primera etapa de la “cura”
había terminado.
El brujo
continuó: para lo de sus rodillas hoy en la noche voy a estar con ustedes en Tixtla y ustedes se encerrarán en su cuarto y oigan lo que
oigan no salgan ni hagan nada, ¿de acuerdo?
-Así lo
prometimos y nos regresamos a Tixtla.
Siguiendo las
instrucciones del curandero esa noche nos encerramos en nuestro cuarto y como a
las doce (la noche es una bruja, pensé) comenzamos a oír un estruendo:
trastos que caían, sartenes que rodaban, las vigas de la casa que crujían, etc.
Estábamos asustadísimos, pero como según nos previno el brujo no hicimos nada:
ni abrimos puertas ni nos asomamos… nada de nada.
Al amanecer
Flor estaba curada, aliviada.
Días después le
comenté lo anterior a Don Norberto y el me aconsejó que llevara a mi esposa a
dar paseos, sosteniéndola física y mentalmente, porque seguramente estaría
lastimada, “traumada” y necesitaría de mi apoyo.
Como el estupor
y la sorpresa me impedían responder de una manera u otra, casi dejé a Gumaro
con la palabra en la boca y emprendí el regreso precipitadamente.
Américo García
Rodríguez. 2004